El ruido
Dicen que es tiempo y bueno
de oír el son del cuerpo verdadero,
de sentarse a mirar la calma chicha del atardecer.
Pero ni chicha ni calma, me voy desoyendo
las voces que señalan los caminos rectos.
Desoigo también mis pequeñas rebeldías,
les corto el pelo, las hago sonreír para la foto,
y recién entonces me doy cuenta de su
falta de naturalidad, de su coraza de piedra.
Desoigo las caras del mundo,
como andan todos, desoyéndose,
gritándose en la nada
mientras los murmullos se agitan dentro.
Desoigo por último el silencio,
por miedo a lo que las cosas
sin palabras
puedan decir.
Reducción del daño
Cuanto más largo el pelo,
más densos los pensamientos,
todo de un seco quebradizo.
Los claveles del aire
me rozan el pelo,
recuerdo.
Pienso en llevarte
un cactus
pero ya es
demasiado tarde.
La habitación
humedecida se hunde
conmigo dentro
(es decir,
dentro
una jauría hambrienta persiguiéndome;
los pájaros yéndose lejos)
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