I
La parihuana vuela alrededor de mi corazón. Como
un ave de rapiña da vueltas y vueltas en círculos. Lo
rojo ha sido extirpado de sus alas. En su graznido la
palabra perdón. ¿Por qué amar el emblema? ¿Por
qué cantar el himno? ¿Por qué dejar que cosan
sobre nuestra piel sus imágenes? ¿Dónde la niña
que le sonreía a todo? Juan Gonzalo Rose gritando:
¡devolvedme mi escuela de palomas! ¡Mi país sin
mendigos! El danzante de tijeras baila sin música y sin
sentido. Victoria Santa Cruz alisa sus cabellos, no sabe
cantar, no piensa. Manuel Scorza sentencia: ¡matemos la
tristeza que tanto hemos amado!
II
Durante siete días Arguedas camina de espaldas al
Sinakara, lleva veinte kilos de hielo sobre los hombros. Va
a su pacarina, como si fuera la verdad. Apu, dice. Apu y lo
nombra. Apu, se arrodilla y reza. La montaña está adentro
como una caverna, silenciosa y llena. No hay temor, sólo
encuentro en la desaparición. No hay ofrenda, sólo
espíritu. La No Muerte ha venido a contarle del niño
blanco que se perdió, del niño que se transformó en agua,
estrella, vegetación. La No Muerte se ha despedido, le ha
entregado una retama de cuatro colores. Arguedas sonríe,
ha visto correr entre las ruinas al niño.

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